Soy grande y de
color oro, ya estoy un poco vieja. Las sílabas de mi palabra saben a
tortilla de papas con habas.
Tengo algunos
hilos sacados como un pantalón descosido, la familia en la que estoy
me quiere y no me abandona, aunque a veces se llevan a hermanas mías.
Por lo menos no me tiran al contenedor y puedo seguir con mi familia.
En mí te
podrás tumbar, soy tan fuerte que aguanto todo, yo te ayudo.
¿Te acuerdas
cuando saliste del mar en la playa de Almería y hacía muchísimo
viento? El cielo estaba nublado. Tú viniste corriendo hacia mí y me
sacudiste muy fuerte. La próxima vez no lo hagas tan fuerte, pues a
mí me duele ese tipo de sacudidas tan enérgicas y desagradables.
Al ponerme
sobre tu piel sentí un escalofrío porque estabas congelada. Cuando
me pusiste en la arena, me alivié. La arena estaba muy caliente.
También te ayudo a no mancharte de arena, aunque me toque mancharme,
yo soy muy buena amiga. Conmigo puedes contar para lo que sea, te
ayudaré sin problema, pero tú me tienes que ayudar a mí a no
mancharme de helado, a mí me gusta el calor y no el frío. Cuando me
lleves a casa si estoy mojada ponme a secar, pues yo no me quiero
resfriar.
LA TOALLA
Ha llegado ya el momento,
en que yo la necesito,
la busco en el infinito,
esperando hallar su
aliento.
La busco a tientas, palpando,
por el calor que me aporta,
calor que a mí me conforta,
y que ahora le demando.
No la encuentro,
no hay manera,
no alcanzo a notar su finura,
¿No será que por
ventura,
se ha podido quedar fuera?
Por fin puedo y abro un ojo,
y la
veo allí al final, con sonrisa maternal,
y en sus brazos me arrojo.
Noto ya su suavidad,
me entra el calor corporal,
feliz como un
colegial,
sumido en su sensualidad.
Estando, por fin, contento,
sabiendo que no la he perdido,
el susto grande, sí ha sido,
pero
disfruto el reencuentro.
Porque cuando todo falla,
y ya temes lo
peor,
nada hay más aterrador,
que no encontrar la toalla.
EL
OBISPO
No hay comentarios:
Publicar un comentario