La calle estaba desierta. En la lejanía asomaban los focos de un gran vehículo que se acercaba, era el autobús, venía muy rápido y demasiado lleno.
A las 4 o a las 5 de la madrugada estábamos en la parada esperando el primer autobús para irnos a casa, estábamos demasiado cansadas después de haber estado toda la noche con los tacones puestos y sin haber descansado demasiado.
Llegó el autobús, al entrar en el primer autobús me llegó de repente un fuerte olor a pies. Procedía de un indigente que iba al final del autobús solo. Iba muy mal vestido y llevaba un gorro de color negro y estaba roto. La gente solo hablaba de él, pero a mí me daba mucha pena. Nosotras, para no hablar del pobre hombre, nos pusimos a charlar de lo que habíamos hecho por la noche:
- María, cuando estábamos llegando a la discoteca, me daba un poco de vergüenza, ya que era la primera vez que iba.
- Julia, a mí también. Las luces parpadeaban en la discoteca con colores diferentes. La música sonaba y la gente bailaba y se lo pasaba muy bien. Solo al principio teníamos vergüenza y nos lo empezamos a pasar genial.
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